miércoles, 9 de marzo de 2016

OLIVOS…VIEJOS OLIVOS










En una gris madrugada
de un febrero tiritón
se oye a un gallo cantar.
Son notas abigarradas,
fragmentos de una canción
que despierta al olivar.

Campanillas de muleros
suenan por la serranía
entre jara y espliego,
con cardos por el sendero,
cuando el sol con utopía
da alardes de un ‘ya llego’.

Un alcornoque que gime
por su corcho despojado,
en un recodo apartado
con su savia se redime.
Un alcornoque que gime
por su corcho despojado,
en un recodo apartado
con su savia se redime.

Hombres serios y curtidos
hacen cuadrilla al andar,
con afán e imbuidos
por ser fieles al olivar.

Pañoleta en la cabeza,
de borra la chaquetilla,
papel, tabaco y cerilla…
y habilidad y destreza.

Allá… justo donde planea
aquel ave de rapiña,
donde se ve aquella viña
que en otoño fue platea.

Donde la inmensa fila
de árboles pregonantes,
allí donde se perfila
el cielo con la rasante

Ahí está la tarea
donde llegan los deudores,
para conseguir la oblea
que riegan con sus sudores.

Desde el orto al ocaso,
sin más sombra que su sombra,
haciendo con hoja alfombra
y con el fruto su paso.

Olivos… viejos olivos,
estructuras retorcidas,
pero sin embargo altivos
por cosechas merecidas.

Desparramados, calmosos
a lo largo de la hacienda,
entre la tierra ancestral,
con productos generosos
de la fértil encomienda
que le otorga el Natural.

Olivos… olivos viejos
que vareados sin saña
entregáis vuestros añejos
al rigor de la campaña.

Para que la verde oliva
o la negra aceituna
caiga al suelo con tiento,
y llegue hasta la deriva
de “el prensar” que acuna
y extrae su advenimiento.

En las espuertas de esparto
que presumen atestadas
van al carro, que de harto
al rodar sella rodadas.

Y con el oro en la cara
de sol, olivo y luna,
ya van para la almazara…
bailando las aceitunas.

Donde la suave ambrosía
que riega los paladares,
aplaude a los olivares
de tierras de Andalucía.

Tinuco