jueves, 7 de mayo de 2020

C A R A C O L A

                   Por la playa caminaba,
recogía cascarabillas,
era una joven chiquilla
que en sus cosas pensaba.

                   Estaba en el pleno albor
de ese inquieto comenzar,
cuando se empieza a notar
eso que se llama amor.

                   El deseo de conocer
y entregarse por entero,
recorrer el Mundo entero 
y todas las cosas ver.

                   Quería ser misionera,
una reina o bailarina,
no quiere ser pueblerina
pues se siente prisionera.

                   ¿Qué cosas ocurrirían
más allá de aquellos montes?
¿qué habrá tras el horizonte?
¿qué hechos? ¿qué fantasías?

                   Y allí empezó a imaginar,
(que a esa edad es lo frecuente),
seguir aquella corriente,
nadar, nadar… y nadar.

                   Y se quedó ensimismada,
puestos los ojos al mar
y casi creyó notar
que una ola la llamaba.

                   Quien del trance la sacó
fue la fina voz de un crío:
"Que subaaas al caseríooo,
que la vacucaaa parióooo".

                   Ni el bullicio, ni las risas,
ni aquel mozuco arrogante,
ni aquel vestido elegante,
ni las brumas, ni las brisas.

                   Ni aquel calor de su hogar,
tampoco las romerías…
Sólo ansía la lejanía
que está más allá del mar.

                   Busca un rumbo al azar
que ve desde su cornisa…
Con su juventud y prisa
decide que ha de embarcar.

                   Con un pan y requesón
y con muchas ilusiones,
sin adiós, ni bendiciones…
se embarca de polizón.

                   Está el ancla recogido
y hay una triste sirena
que en aquel puerto resuena
con lastimeros ronquidos.

                   Es noche fría y oscura,
con una luna en menguante,
que presagia al navegante
una mala singladura.

                   Todo a babooor, todo a babooor,
no hay escollos, ni bajíos,
tan sólo un escalofrío
y un rezo quedo al Señor.

                   Marcha dejando su villa,
dejando los verdes prados
de su adorable Comillas.
sus amigos y allegados.

                   Tres días lleva en el mar
sin ver agua, ni comida,
asustada y consumida,
sólo con su ser y estar.

                   No puede ver el paisaje
pues escondida navega,
como rata de bodega
porque no lleva pasaje.

                   Lóbrega es la situación,
el miedo la hace temblar
y a ratos puede escuchar
el latir de su corazón.

                   Amanece sin bonanza,
las olas rizan sus rizos,
caen rayos y caen granizos,
pierden rumbo en lontananza.

                   Hay una amarra liada
y han perdido hasta el sextante,
están los vientos cambiantes,
está la mar arbolada.

                   El casco con el mar topa,
el navío no se humilla,
clava con fuerza la quilla
desde la proa a la popa

                   Se cimbrea el palo mayor,
la verga y la botavara,
la tormenta que no para
los escora hacia estribor.

                   Y la galerna endiablada
barre toda la cubierta,
mas hay un vigía alerta
que oye su voz asustada.

                   Es un marino fornido
de muy buenos sentimientos,
que al escuchar sus lamentos
se ofrece como un amigo.

                   Y la canta una canción
a dúo con la tormenta,
que en ese momento inventa,
pues le inspira la pasión.

                   Un romance que no fragua,
no lo permite el destino,
son diferentes caminos
de olas, de mar y agua.

                   Porque ella tiene un sendero
que la absorbe y la enajena,
esencia del alma en pena
que lleva el aventurero.

                   Pues busca una meta incierta,
algo inconcreto y sin fin,
lo mismo que aquel delfín
que se ve allá por cubierta.

                   O lo mismo que el salmón
que remonta aguas arribas
y finiquita su vida
como quiz de su cuestión.

                   Un viernes por la mañana
consigue por fin... llegar
y el suelo puede pisar
de aquella tierra lejana.

                   Es un paria, una extraña,
no ve amor, ni comprensión,
ni siquiera una ración
con que calmar sus entrañas.

                   Pero es tenaz la chiquilla,
no se arredra, ni acoquina,
es como aquellas colinas
que rodean su Comillas.

                   Con ese tesón y arranque
lucha poniendo su afán
y así consigue su pan
y va saliendo adelante.

                   Pues el Mundo que es muy sabio
tiene a la vida… que enseña
y aprende aquella pequeña
entre golpes y entre agravios.

                   Con poca tierra aquí… abajo,
con mucho cielo allá… arriba,
algún caudal ella apila
con gran sudor y trabajo.

                   Desde el orto hasta el ocaso
y con las manos de callos,
tirando como un caballo,
sin dar hacia atrás un paso.

                   Sus comidas son frugales,
su vida la más austera,
así quema primaveras
y así consigue agostales.

                   No hay tiempo para el amor,
menos para la jarana,
aunque la quema el ardor…
ha de madrugar mañana.

                   Y los años se desgranan,
el tiempo pasa deprisa
y va perdiendo la risa…
y la van saliendo canas.

                   Son años de gran batallar,
que la curten y hacen tuna
y amasa una fortuna
que la cuesta hasta contar.

                   Llegó a reina en la riqueza,
conoció otras latitudes,
pero ahora otras inquietudes
dan vueltas en su cabeza.

                   Ahora ve de tanto en tanto
aquello que nunca vio,
la hermosura y los encantos
que en su puebluco dejó.

                   Ahora se para a pensar
y recuerda sus aldeas…
Y ya no las ve tan feas,
¡Ahora quiere regresar!

                   Añora su caserío,
añora aquellas campiñas,
añora su mar y río…
añora cuando era niña.

                   Se siente abatida y sola,
allí ya no quiere estar,
sigue hablando con las olas…
sigue mirando hacia el mar.

                   Pero ya no es chiquilla
y tampoco gasta saya,
como cuando iba a la playa
a buscar cascarabillas.

                   Ahora es mayor y muy dura
y quien habla es su razón,
ya no quiere aventuras…
ha perdido la ilusión.

                   Ya sólo escucha una voz,
desde su interior la chilla,
QUIERE VOLVER A COMILLAS…
el lugar en que nació.

                                                            Tinuco