La noche ya está llegando
en los brazos del Invierno,
y viene tejiendo fríos.
Hay un lucero brillando,
que se muestra sempiterno
en el cielo de sus líos.
Y debajo de ese cielo
hay la vida en una aldea
y en ésa aldea un hogar,
en el hogar, un abuelo
que en la lumbre se caldea
mientras tararea un cantar.
Y al eco de su canción
le va añadiendo sus sueños
que en ilusiones engarza,
mientras saca del arcón
viento… que son sus empeños,
para que al aire se esparza.
Arcón medio carcomido
por el moho y las polillas
de la negra ingratitud,
el pasado sin olvido,
recuerdos de maravillas
de un tiempo de juventud.
Los copos de nieve blanca
se posan con titubeos
en las estacas del prado.
Las nubes van dando trancas
entre giros y alabeos,
con un Credo sosegado.
Todo parece sereno,
aunque sea desapacible
por el blanco panorama,
que ahora clama con un trueno
que ha soltado el imperdible
del rayo que se proclama.
Chisporrotean dos leños
y borbotea una cazuela
que dan al hogar prestancia,
que hacen al abuelo dueño
del presente y de su estela…
de pérdidas y ganancias.
Mira un calendario y ve
que es Noche Buena ¡¡Jesús!!,
casi lo tenía olvidado,
quizá por su poca fe,
pero un rescoldo de luz
con voluntad lo ha llenado.
Y se sitúa en el presente,
valorando, que no es poco,
tener la vida y salud.
Afuera sopla el relente
que hasta juega con los copos…
mientras él besa una Cruz.
Tinuco
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