En un lugar del monte, situada al saliente de una solana, había y hay una encina, cuya sana corteza ya está un poco cuarteada, pero sus ramas aun se cubren de hojas verdes y relucientes cada primavera.
Más abajo, en una sombría valleja, había y hay un roble, que hasta le faltan partes de algunos trozos de su ropa de madera, e incluso tiene algunas ramas tronzadas por las inclemencias de los inviernos de su vida.
La encina y el roble, se miran con amor en la distancia, pues les separa una vaguada, que a veces se cubre de niebla, factores éstos que no les permiten estar todo lo cerca que quisieran, ni verse con la frecuencia deseada.
En un esfuerzo común, para llegar a un mayor acercamiento, los arbóreos amantes, han extendido sus raíces con un ansia moderada pero segura, por tocarse tímida pero gratificantemente. Las raíces se esparraman, se bifurcan, se retuercen... pero no llegan a contactar entre ellas.
También en ése intento de acercarse, extienden sus ramas, más que sus posibilidades, para al menos proyectar unas sombras que se alarguen en la distancia, con el afán de unirse de alguna manera, intentos que solo se quedan en ...intentos..
Cuando tristemente piensan en las dificultades por lograr el propósito que encierran sus anhelos, vierten en la escarcha de sus amaneceres, las lágrimas de sus desvelos, que se convierten en el rocío de sus sueños, y que acrecienta en la enamorada pareja un pálpito que los hace soñar con el logro de crear un pequeño arroyo con la humedad de sus lloros, para que partiendo desde sus diferentes siluetas, lleguen a unirse en algún punto de aquel agreste paraje. Pero el entorno montesino, hace divergencias y cambia los panoramas, impidiendo una vez más, que no sea factible un acercamiento.
Pausa...
Ocurrió en la otoñada de sus vidas y en un otoño de un gótico tardío, cuando impulsados por un vehemente ramalazo, se desnudaron de su vegetación, ayudados de un viento celestino que ululaba pasiones deseadas.
Ya a los primeros soplos de aquel aire, unas hojas de ambos amantes, formaron remolinos de picardías...El cielo miró hacia abajo y bendijo aquel instante y dándole una palmadita en la espalda al Dios Eolo, le dijo: Sopla con fuerza que de tus vientos nacerá un vals que hará bailar a dos genuinos seres de ésta foresta.
El suelo se llenó de tantas y tantas y tantas hojas, que aquel lugar se cubrió con la bendición que allí se derramó.
Fue ése el instante, cuando todas las hojas, de ambos árboles, se mezclaron, con un roce liviano al principio, para luego fundirse y confundirse en arrebatadora pasión, pues el armonioso vals que desgranaba notas con una cadencia exquisita y tan llena de matices, que logró que la Madre Naturaleza, entre los espinos cantara aleluyas.
Los helechos y las árgumas que por allí crecen, cuchicheaban quedamente acerca del acontecimiento. Los pajarucos que de rama en rama vuelan, guiñaban un ojo y unas ranas chismorreaban "dimes y diretes".
Las serenas y apacibles brañas, callaban y otorgaban sonrisas pícaras.
El día, que se iba abrazando con la noche, que llegaba hilvanando concupiscencias con sus sábanas de seda grise, tapaba su rostro turbada y el resto de la flora y fauna que por aquellos lares habita o cohabita, tarareaban quedamente canciones de la Tierruca.
Hasta unas nubes que pasaban haciendo dibujos en su cielo eterno, sonreían de ver tanta candidez en los torpes, pero limpios cariños que se dispensaban entre si aquellos dos colosos de la montaña.
La encina mira hoy hacia el roble, casi hasta un poco coqueta, él como un bobalicón, siente que la sabia le llega hasta la cogolla.
Cuando todo indicaba que no había ninguna posibilidad de lograr un acercamiento entre los dos enamorados y que hasta el desánimo podía recortar las ramas de la ilusión, la fe constante y la esperanza anhelante, hicieron posible que hoy estos dos amantes, se miren desde la ahora, aparente distancia, que el terreno sigue poniendo por medio, e incluso otras nieblas que a ratos son brumas, que ya no importan, pues el fulgor de sus sonrisas les afianzan en su aceptada realidad , sabedores de que , en todos los otoños de sus tiempos, volverán a estar unidos, cada vez que los buenos vientos, soplen el VALS DE LA HOJARASCA.
Tinuco
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