Se puede ser muy dichoso
con las cosas más sencillas,
no hay que buscar lo coloso,
lo grande está en la semilla.
El ver correr a una hormiga,
ver volar a una gaviota,
la sonrisa de una amiga,
el son de unas dulces notas.
Un suspiro de mujer,
unas gotas de rocío,
el sol del atardecer,
un clavel rojo encendido.
Una nostalgia fugaz,
un encuentro inesperado,
el descanso y la paz
de un trabajo realizado.
El despertar de la mañana,
la línea del horizonte,
una ancianita ya cana
y los picales del monte.
El tañer de una campana,
el balido de un cordero,
el mirar como desgrana
la mazorca, un molinero.
El galope de un caballo,
el fragor de una tormenta,
los pajarucos en Mayo
y las personas contentas.
Mirar el azul del mar
entre olas encrespadas,
ver a una nube pasar
y ver el todo en la nada.
El pisar la blanca nieve,
escuchar un bello cuento,
pagar la deuda que debes
y vivir un casamiento.
Escuchar silbar al viento
y de las hojas su canto,
el zumbar del pensamiento
y el eco en un Campo Santo.
Mirar las aguas de un río,
el animarse a cantar,
dar algo (de lo que es mío),
amar y dejarse amar.
El nacimiento de un ser
y el guiño de una estrella,
el querer a una mujer…
más por buena… que por bella.
Tocar seda y tocar lino,
el esparto y la corteza,
beberse un trago de vino,
contar algo con franqueza.
Ser cabal y ser sincero,
ser uno tal y cual es,
y si hay que decir: TE QUIERO…
pues, dilo ya de una vez.
Soñar una fantasía,
vivir presente un futuro,
aprovechar cada día
y sentirse uno seguro.
Porque esa brizna o poso,
o milímetro… son milla,
que han de hacerte dichoso…
porque son cosas sencillas.
Tinuco
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