No tiene ni veinte años
la pobre de Guillermina,
y vive de los engaños
que le da la cocaína.
Por la vida marcha sola,
perseguida por fantoches,
que la rondan cada noche,
a la luz de una farola.
No tiene Tierra, ni Cielo,
no tiene paz, ni salud,
ha perdido todo anhelo…
está clavada en su cruz.
Todo su logro es la droga,
no hay mejor premio, ni suerte,
y pendiendo de esa soga
va jugando con la muerte.
Su cuerpo está de rebajas,
su alma no tiene moral,
está en sus horas más bajas…
por el “mono”, que es su mal.
Con la mano busca esquinas
en el bolso de franela,
por hallar la “papelina”,
que la da el polvo en que vuela.
Que es el vuelo del maldito
con zancadas en las nubes,
donde a veces cree que sube…
para encontrar solo un grito.
La jeringa es el amante
al que idolatra amorosa,
cuando la dosis calmante
llega a su vena ruinosa.
Mil luceros, mil estrellas…
mil basuras combinadas,
la dibujan cosas bellas…
que al poco quedan en nada.
Una cuchara, un chisquero,
una goma y un pitillo,
una mirada sin brillo…
es decir… su mundo entero.
Con la cabeza de lado,
con una aguja clavada,
está en el suelo tirada …
Guillermina ha descansado.
Encontró su “colocón”
con un éxtasis final,
en su valle de “amapolas”…
Hoy bajo aquella farola,
hay otra niña en cuestión,
que al igual que Guillermina…
juega con la cocaína…
que es juego de perdición.